Al crecer, las certezas que sostenían mi infancia, se fueron resquebrajando. De grande, me sigo maravillando con todas las preguntas que la humanidad ha venido haciéndose, respecto a su existencia.
O su ausencia. O su muerte. O su renacimiento.
El problema es que ninguna respuesta me satisface plenamente.
Y todas por igual me fascinan.
Pasé como viajero de un tren en continuado por todas las estaciones: creyente, ateo, creyente diferenciado, ateo con dudas. Convencido, indiferente, escéptico, preocupado. Nací judío, reverencié a Jehová, me atraganté de Nietzsche. Creí, idolatré, negué, adoré, rechacé, toleré, acepté, sentí.
Aún sigo de viaje, abriendo mis pensamientos, escuchando a mi corazón, observando, admirando, rechazando, sintiendo, pensando.
No poseo el encanto del misterio propio del creyente, pero tampoco sostengo la fe absoluta del ateo.
La real academia española nos ignora, otorgándonos sólo dos lugares en sus casilleros.
Define al agnóstico como “perteneciente o relativo al agnosticismo”. Dice también que ser agnóstico “es profesar esa doctrina”. Vaya ninguneo!!!
Del griego, etimologicamente, a-gnóstico denota (mediante la inicial alfa privativa) a alguien que se (auto) caracteriza por una ausencia de conocimiento. (gnosis) Conocimiento de la existencia de Dios. Esta (auto) caracterización connota dos situaciones muy diferentes:
Una, la de quien simplemente no conoce de hecho, pero admitiendo que sería posible conocer. La otra sostiene que “no conocer” implica no ser posible para los humanos el conocimiento en cuestión.
Como ven, no hay una visión única, ni doctrina, ni corpus único de ideas. Ni encíclica, ni libro sagrado o sacrílego que la abarque.
Ser agnóstico es mi lugar en el mundo.
Paradojicamente es un no lugar. No dispongo de iglesias, templos, mezquitas o sinagogas que me acojan y me reconforten. Tampoco estoy cómodo en cenáculos o logias absolutamente ateas.
En un mundo de verdades, dudas y fanatismos, ser agnóstico es un desafío.
Y a la vez un milagro.
4 comentarios:
muy de acuerdo, Miguel
No existen certezas
Las preguntas están muchas veces de más....sobre todo si esperamos respuestas concisas, certeras.
Dejar de preguntarse es tranquilizador. Y no significa ser menos curioso o ávido de información,
sino admitir que esas preguntas, muchas veces, no tienen respuesta, o bien que la respuesta vendrá mas adelante.
Podemos creer, no creer, aceptar o no......
Podemos pasar de un fundamentalismo extremo al más amplio agnosticismo, y volver a pensar diferente mañana.
La clave está, como bien dijiste, en fascinarse o entusiasmarse todos los días con lo que al levantarnos, creemos que somos ese día...
Te mando un abrazo
Alejandro Borsani
gracias ale por tu comentario.
la nota es un pequeño relato de mi bitácora de viajes por el fascinante mundo de dios (o dioses según el cristal que usemos).
un abrazo
Comparto el mismo desafío, Miguel, por lo tanto soy parte del milagro del que hablás, me pregunto si por eso, no seremos también, parte de la religión.
Me interesa todo lo que escribís, me alegra haber llegado hasta aquí.
Hola Miguel,
te comento que yo soy un agnóstico ideológicamente cristiano, cómo es eso? Yo creo que los agnósticos tenemos el problema de la Verdad. Somos (todavía/ya) demasiado excépticos para volcar nuestra fe en una entidad absoluta (ya sea Dios u otra idealidad), pero creo que siempre tenemos el corazoncito más de algún lado que en otro. A mi hoy me genera más verdad la doctrina cristiana que cualquier ideología, pero por mi formación laica y progresista me cuesta creer en la "cuestión mística" de la religión.
Yo diría que ya que nos podemos reconocer agnósticos (situación desequilibrante si las hay) tratemos de ser lo más honestos (intelectualmente) posible, porque creo que es la única forma posible en que algún día la Verdad (que existe, aunque desconocemos su forma) nos ilumine.
Saludos. Alessandro
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