El país vive horas aciagas. Tal vez como una rémora del 2001 o quizás porque quedaron cosas irresueltas de aquella monumental hecatombe.
Una de ellas es la crisis de representación o de representatividad.
Todo comenzó con una lamentable resolución ministerial, inconsulta, inconstitucional, fácilmente corregible y hoy nos encontramos en una indeseable conmoción política.
De una forma de ejercer el poder que nace de un ejecutivo omnipresente y un legislativo brutalmente ausente.
Viendo con retrospectiva (hoy se cumplen casi 100 días de conflicto campo-gobierno) uno siente que el detonante ha sido una mera excusa. Pudo haber sido cualquier otra (una resolución, un decreto, una decisión política errada).
La madre del borrego es que pasamos sin solución de continuidad de una presidencia excesivamente débil a una absurdamente excesiva. Sin reforma política, sin construcción de ciudadanía, sin contrapesos institucionales.
Pasamos de una Liga de Gobernadores a una Escribanía Legislativa.
Tengamos en claro que es lo que realmente debemos reclamar.
Tenemos un maravilloso manual de manejo de crisis, se llama Ley Fundamental o Constitución Nacional.
Usémosla
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