Introducción
Quienes somos lectores, intermitentes o constantes, ávidos o lánguidos, obsesivos o apasionados, según el sayo que a cada uno le cabe, destacamos casi siempre el valor de los autores.
Sea literatura de culto o "popular", de ciencias sociales o aplicadas, de entretenimiento o estudio, de investigación científica o política. Sea ensayo, novela o poesía.
Siempre hay un escritor.
Es así como los suplementos culturales de los diarios y las revistas especializadas ensalzan, a escritores famosos o ignotos, estrellas afirmadas en la constelación literaria o asombrosas "revelaciones" prestas a brillar en la nueva "carta astral" del universo cultural.
Obviamente no trato en esta breve exposición, de despreciar el maravilloso arte de escribir, ni menospreciar el aporte enorme a la cultura o civilización, (jugando con la sutil diferenciación de Fernand Braudel) 1 que a través de los siglos han brindado los poetas, pensadores, escritores o científicos.
Sin embargo, no hemos tomado conciencia, tal vez por su "escasa prensa", de la enorme contribución que a lo largo del tiempo y el espacio vienen realizando otros "actores" imprescindibles para lograr esa increíble comunión entre el lector y su escritor.
Me refiero a los "traductores" y su oficio: el dificilísimo arte de la traducción.
Hijos dilectos de la policultural Toledo con su frondosa Escuela de Traductores, legado fascinante de Al-Andalus, la Iberia islámica, con sus primeras traducciones de los clásicos grecorromanos vertidos del árabe y del hebreo al latín, pasando previamente por el romance castellano como lengua intermedia. El mundo antiguo, perdido en los pliegues del primer cristianismo europeo, fue develado por la ventana abierta de la España multirreligiosa.
El segoviano Domingo Gundisalvo, el converso sevillano Juan Hispano, el inglés Abelardo de Bath, el judío Yehuda Ben Moshe, el italiano Gerardo de Cremona y el alemán Hermann el Dalmata, entre otros, no sólo vertieron a la lengua vulgar latina, textos árabes de Ibn Arabi y Averroes, persas como Avicena o griegos como Aristóteles, Galeno, Hipócrates, Euclídes y Ptolomeo, sino que también "contaminaron" la lengua castellana con un nutrido léxico científico y literario, conocido como "arabismo".
Vientos de libertad y conocimiento que se esparcieron por la Europa cristiana, a través de sus universidades, a lo largo y ancho de esa extensa y "renaciente" Edad Media Tardía que se prolonga a los siglos XV y XVI, era que merece nuestra justa reivindicación, porque como bien dice Jacques Le Goff, "el Renacimiento como tal no ha existido".2
Todo logrado a pesar de la reconquista de Toledo en 1085 y gracias a la tolerancia de los reyes castellanos (aunque ese concepto moderno fuera ignorado en la época).
El mundo moderno presenta a grandes escritores desarrollar el noble oficio.
Julio Cortazar, trayendo a nosotros, a notables como a G. K. Chesterton, André Gide o Marguerite Yourcenar. Jorge Luis Borges y Octavio Paz, traductores del habla inglesa. Paul Auster traduciendo poesía francesa al ingles. José Saramago, en sus tiempo libres, a Guy de Maupassant, Tolstoi, Baudelaire, ente otros.
El filólogo, poeta, traductor y ensayista Luis Alberto de Cuenca, recurrió a la literatura fantástica francesa del siglo XIX para ejemplificar la importancia de la traducción, sin la cual “este género no habría existido”.3
Reivindicación del traductor
Limitaremos la tarea de los traductores a la de aquellos monjes copistas, que con paciencia devota dedicaban un año a "imprimir" uno o dos libros como mucho o los consideraremos de una vez por todas como creadores a la misma altura de los escritores?.
En el jazz la interpretación se sobrepone a la composición ya que versionar un tema es una de las formas más sublimes del arte musical. El texto original es "recreado" o vuelto a crear gracias al talento del intérprete.
Recrear o interpretar un texto y traerlo de otro universo idiomático al nuestro o viceversa es una tarea formidable de creación y compromiso.
Por más conocimiento generado por escritores, científicos y poetas, no existiría transacción cultural, ni florecimiento intelectual, ni intercambio político, ni crecimiento social, ni desarrollo económico sin traductores, ya que nuestra Babel humana quedaría reducida a cerrados guetos lingüísticos.
La traducción es un arte superior
Al no existir equivalencia taxativa de significados entre los diferentes idiomas, corresponde al talento del traductor conseguir la mejor interpretación del texto.
Hay palabras comunes a varios idiomas que se fueron fundiendo e intercambiando casi silenciosamente. Traducirlas es sólo cuestión de alguna vocal o consonante.
Hay otras, únicas e irrepetibles, ancladas en una historia propia con una geografía particular, con valores diferentes. Traerlas de esos mundos al nuestro, asemejarlas, investirlas o simularlas para nuestra comprensión o emoción requiere de un enorme esfuerzo creativo.
Frases e ideas completas necesitan una barrido iterativo, hasta dar con las mejores y más correctas adecuaciones del idioma de origen al idioma receptor.
Del acierto o desconcierto del traductor depende nuestra aproximación a las ideas de Aristoteles, Nietzche o Hobbes, al arte de Shakespeare o Henry Miller, al compromiso social de Victor Hugo o Giuseppe de Lampedusa, a la ciencia de Darwin, Einstein o Stephen Hawkins, a los universos de J.R.R. Tolkien, a la aventuras de Alexandre Dumas o Julio Verne o a la poesía de Walt Whitman.
No podríamos exportar sin traductores, para el deleite de chinos, nigerianos, iraníes, belgas o suecos, a Cervantes, Perez Reverte, Borges, Sabato, Aguinis, Garcia Marquez, Asturias, Neruda o tantos otros escritores y poetas de nuestra bellísima lengua común. Y podríamos agregar muchísimos más.
Vayan estas líneas para admirar, ensalzar, iluminar, enaltecer y reivindicar a esos injustamente ocultos artistas de todos los tiempos. La industria editorial los esconde en la tercera o cuarta línea de segunda o tercera página en letras muy chicas de cada libro.
Propongo llevarlos a la portada.
TITULO DE LIBRO
de este Autor*
Traducido por este Señor*
* femeninos en caso de corresponder
de este Autor*
Traducido por este Señor*
* femeninos en caso de corresponder
1 Braudel, Fernand, Las civilizaciones actuales, Editorial Tecnos, 1986, pgs. 12 a 16
2 Le Goff, Jacques y Truong, Nicolas, Una historia del cuerpo en la Edad Media, Editorial Paidos, 2006, pg.55
3 ver nota "Traductores a la altura de los creadores" www.peatom.info/la-llave/16602/traductores-a-la-altura-de-los-creadores/ 23-07-2008.
3 comentarios:
Es verdad. Traducir es no sólo volver sobre la primera escritura, sino también algo que tiene que ver con captar la esencia del escritor, su espíritu. Un puente entre lector y escritor que allana el encuentro, esa comunión con las palabras.
Me gustaron mucho tus espacios de reflexión.
Pd: no estoy segura si te llegó el comentario, lo envío de nuevo. Disculpas, si llega dos veces.
Gracias Ana por tu comentario. Los que amamos la literatura (en mi caso también la historia) tenemos una deuda eterna con esos anónimos creadores. Puentes entre lector y escritor y superpuentes entre culturas y civilizaciones.
Es evidente que el trabajo de un traductor es fundamental y que si su labor es incorrecta, precipitada, nos puede ofrecer una visión deteriorada del original. Imagino que hay casos contrarios, donde el traductor “mejora el original”. En la prosa, y según qué autor, el problema puede ser menor, pero en la poesía prefiero no imaginármelo. ¿En qué se parece el Whitman que leo al original? ¿Qué porcentaje de autor y de traductor hay en una obra traducida? Tendré que confesar que no tengo la menor idea.
Y como sé que Jazzmen aprecia la historia como un medio para saber de dónde venimos y de esta forma descubrir a dónde vamos, podemos recordar algunas palabras de Voltaire (Epistolario Inglés) relativas al trabajo de los traductores:
“Dispensad la copia en favor del original; y recordad siempre, cuando veáis una traducción, que no veis más que una turbia visión de un hermoso cuadro”
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