El que busca la verdad corre el riesgo de encontrarla Manuel Vicent, escritor español (1936-)
Detesto la verdad, pero adoro su búsqueda. Su simple posesión genera ese malsano ejercicio de poder. Es ostentación soez y desprecio por el otro, negación impúdica de toda alteridad.
Buscarla, anhelarla y aproximarse a ella es pura delicadeza. Beneficio de duda o maleficio de certeza. Plácida gimnasia de libertad. Bienestar cargado de incertidumbre. Realismo antiidealista.
La Verdad, ahhh, la verdad.
Misteriosa y deseada, inasible y bella, comprometida y áspera, tan frecuentemente cruel o maliciosamente banal.
Sin embargo la verdad es evanescente como la espuma oceánica, misteriosa como el amor, sagrada como el vacío, fragilísima como el cristal. Su dulzura y potencia la hacen inalcanzable, pero alcanzada es tan amarga como el tormento.
Los absolutistas dicen que sólo existe una. La de ellos.
Los relativistas dicen que hay muchas, tantas como relativistas hay.
Los psicoanalistas, bastardos manipuladores del alma, dicen que la verdad está en el inconsciente, y que ellos y sólo ellos tienen la clave, el conocimiento y el talento para descubrirla. Abusan de una verdad que ha sido refutada una y otra vez, atentan contra la culpa infantil de raíz paterno-materna sólo para asfixiarte con la culpa psicoanalítica de una cura mentirosa y esquiva.
Los sacerdotes, falsos mediadores de la divinidad, dicen que la verdad está en Cristo o en Mahoma o en Moisés, de a uno por vez, sin duda alguna y sin compartir la sagrada exclusividad con el otro o con los otros. Un poco de fuego en el pasado alcanzaba para imponer la verdad. Aunque hoy para matizar y con hipócrita tolerancia - muy acorde con los tiempos - sólo de vez en cuando, ecumenizan un poco la humorada.
Los cientificistas, asesinos seriales de la ciencia, estipulan que la verdad es sólo matemática, física, química, biológica o filosófica y que lo que está fuera de todo ello, no existe, es falso. Pregonan a la verdad como científicamente sagrada, tan sagrada como un auto de fe o una explosión termonuclear. La ciencia es el todo, el resto ignorancia. Ciencia verdadera reducida a un único modelo tautológico y poco falsable, tan veraz como la atlántida perdida o el sexo de los elfos.
Los esotéricos de la nueva era, modernos caballos de troya del autoengaño, abogan por abrir tu corazón al misterio sagrado de la verdad, aquél que se desparrama energéticamente por tu ser interior. Y si no lo logras, pues es que estás cerrado, oscurecido, obturado, negado a recibir la luz eterna de la verdad purificadora. Y si no aceptas el manto acogedor del amor celestial, que el humo negro de la magia negra de la bestia negra te castigue en esta vida o en tus otras, pasadas y futuras.
Los doctos, los cultos, los artistas sublimes y los sabios, ególatras impertinentes, expresan que la verdad está en el arte, último refugio de luz ante la barbarie de la masividad insolente e indolente. Arte que sólo ellos expresan, profesan y comprenden. Arte que es puro arte sólo cuando ellos dicen lo que es arte y no es arte lo que esos ignorantes llaman arte, creyendo que son arte sus burdas baratijas populares, migajas del suburbio cultural, execrencias de la democracia.
Los nacionalistas, reaccionarios o populares, infames traidores a la patria humanidad, proclaman a viva voz que la verdad desfila gallarda con sus inmaculadas banderas. Patriotismo ejemplar que marcha bendecido desde el mismísimo cielo, de la sacra tierra, de la mítica masa popular o de la mística sangre eterna. Dios y/o el Pueblo versus la Antipatria-Antipueblo. Y si no os convencemos, sabed que siempre os venceremos. Con la razón de la fuerza. Con esa tibia y dulce argamasa hecha de metal propio y sangre ajena.
Los juristas, leguleyos y letrados, mercaderes de las miserias humanas, expresan que la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad habita únicamente en sus expedientes. En papeles oficio ajados de textos ampulosos y grandilocuentes. Lo que no se probó, nunca ocurrió. Decretaron y resolvieron que todos los sentimientos, las emociones y las sensibilidades no constan ni constarán jamás en actas. Sin preocuparse que la verdad humana o divina, fuente de toda razón y justicia, violada y desaparecida hace tiempo fue vista ayer desorientada, arrastrándose por kafkianos pasillos tribunalicios.
Los periodistas políticos, cronistas de la vacuidad, delinean cada mañana su óptimo sentido común, su fidelidad inclaudicable a la verdad, su independencia de poderes privados o estatales. Su compromiso con la inviolabilidad de las fuentes. Siempre ubicados en veredas verdaderas, dentro de toda corrección política, sermoneando a la masa como dios manda y el palo ordena. Defensores temerarios del orden o la rebelión según corresponda al mandato vigente del tiempo en vigencia. Abogados obsesivos de la verdad, valientes guerreros de la autocrítica. La de los otros, por supuesto.
Los políticos profesionales, reyes, tiranos o presidentes, fundamentalistas del pragmatismo acomodaticio, dicen que la verdad es mera y potente cuestión de lateralidad. De lados a izquierdas o lados a derechas. Babor y estribor de un mismo naufragio. Defensores de una verdad fronteriza que expulsa a los otros, los del otro lado, siempre tan malvados y mentirosos, a morar en míseros extramuros. Impulsores de una lateralidad sesgada, visionarios de un sólo ojo, legionarios del engaño. Medias verdades manchadas de impudicia, pero tan absolutas y tan convincentes.
Los arquitectos, falsos propietarios de propiedades ajenas, creemos que la verdad está en nuestras ideas, en nuestra imaginación, en nuestro talento y que cuando nuestros clientes no aceptan nuestras razones es porque están dogmatizados por revistas lustrosas, bastardeados por un genético y pésimo mal gusto. Y cuando la verdad de lo presupuestado inunda los maltrechos bolsillos ajenos, siempre tendremos a mano algún chivo donde expiarnos, sea plomero, constructora, gobierno inflacionario o abusivo corralón de materiales.
Y el desfile puede seguir sin pausa. Es difícil reconocer con cuanta frecuencia manipulamos verdades en beneficio propio. Sea por la causa, los ideales, la justicia, la patria, mi bolsillo o la barriga. Asesinamos verdades en nombre de la sagrada verdad. Sesgamos por conveniencia, denunciamos la mentira del ajeno, exaltando la superioridad moral del prójimo, sólo si es próximo a la nuestra.
Verdades virtuosas. Verdades enmascaradas. Verdades puras. Verdades falaces. Oximorón en estado puro.
Preguntas incomodas para un final verdaderoY la Verdad, es verdad si es sagrada, absoluta, relativa, única, múltiple, obsesiva, fanática o implacable?
Es verdad la Verdad si en su búsqueda todo vale, si con su posesión todo se avala, si en su altar ella misma se inmola?
Verdaderamente nos fiaremos de la Verdad, si es bandera o estandarte, si es frontera segregadora, si es hoguera purificante, si es escrache ejemplificador?
Es la verdad meta, destino y objetivo o simplemente camino, huella, indicio, sugerencia?
Existe la verdad?
O tal vez vive guarnecida en la mentira, su contraparte más verdadera?
Adoro la verdad, pero detesto poseerla.
Fernando Bravo progresista? Por favor dejen el ácido, aunque sea para escribir posts. Es una joda? Ni el propio Bravo se debe creer progresista. Es un pelmazo de derecha perteneciente a la farandula igual que Susana Giménez o Mirtha Legrand. ¿Qué hizo Fernando Bravo durante la dictadura, durante el menemismo? Absolutamente nada. Siempre fue un locutar (llamarlo periodista es denostar la profesión) anodino, lugarteniente del sentido común de clase media, con una ideología pasteurizada que demostró extensamente durante el conflicto con el campo, en el que nunca tuvo una mirada imparcial, siempre del lado de la Sociedad Rural.
¿Ustedes se creen que si Argentina estuviese apenas cerca de Venezuela Obama recibiría a Cristina?
Dejen de ver TN, por favor, no les pido que vean bazofias como 678, pero piensen por sí mismos. Fernando Bravo progresista, dios mío.
PD: ¿Y los fanáticos ruralistas que cada vez que Agustín Rossi vuelve a Rosario están a punto de matarlo?
20 de abril de 2010 01:10
Confieso que dudé mucho en moderar este comentario.
En principio porque creo en la maravillosa libertad que da la blogosfera, pero no acepto la descalificación, ni el insulto, ni el agravio. Y menos si quién lo profesa se escuda en el anonimato. Tengo nombre y apellido y firmo lo que escribo. Y no dejo de tener miedo, por eso trato de escribir, para enfrentarlo. Discrimino naturalmente quién entra en mis espacios, como discrimino a quiénes elijo como amigos, comparto una cena o agasajo en mi casa. Discriminación positiva que le dicen.
Sin embargo dejo pasar este mensaje, para que su muestra valga realmente un botón. La blogosfera está inundada de "blogueros K" (así se autodenoniman) bancados, sostenidos y financiados desde el Poder Ejecutivo (el mísmisimo Jefe de Gabinete se reunió públicamente con ellos la semana pasada).
No debaten ideas, simplemente descalifican, agravian e insultan a quienes osan pensar diferente. Están a la pesca constante de "disidentes", "golpistas", "gorilas", "antipatrias", "derechistas","izquierdistas traidores", "defensores de la dictadura" y todo argumento a mano para discriminarnos, "negativamente" por supuesto.
Y en este caso poco importa que Fernando Bravo (un periodista-locutor con más de cuarenta años de trayectoria) sea progresista o un "pelmazo de derecha farandulero". El eje en cuestión es si tiene derecho a expresarse y si estos energumenos fascistoides tienen la libertad para agredirlo y agraviarlo aprovechandose de su número, en la vía pública, a la vista de todos, en pleno centro porteño, en horario nocturno y sin protección policial alguna.
Yo siempre (mucho antes de que fanáticos ruralistas agredieran al diputado jefe de la bancada oficial A. Rossi) estuve y estoy en contra del escrache público a CUALQUIER persona. Sea Videla, Estela de Carlotto, Agustín Rossi o Fernando Bravo. El escrache es, fue y será siempre una práctica NAZI, infamia que debutó oficialmente un 9 de noviembre de 1938 en Alemania, célebre y tristemente conocida como la KristalNacht. Esos inculcadores del odio, como estos de ahora, primero empiezan por descalificar tu humanidad, negandote el derecho a poseerla. Luego no queda otra que eliminarte.
miguel
20 de abril de 2010 10:46