Psicoanalíticas, psiquiatricas, religiosas o alternativas.
Se investiga sus complejidades clínicas, sus asociaciones con otras disfunciones, sus componentes universales o localistas, sus variadas patologías. Se dan recetas de manual para prevenirla o se asume su inexorable "modernidad". Se estudia su temporalidad o su cronicidad. Su gravedad según componente etario, económico o social.
Si es el mal de la modernidad, sus causas son socio-culturales y la cura está ligada a resolver cuestiones ambientales, laborales o sociológicas. Si es un trastorno psicológico, lograr el equilibrio psicosomático es la respuesta. Si las razones son de orden químico-metabolicas la única alternativa son los avanzados psicotrópicos. Si es un desequilibrio metafísico, entonces las religiones tienen las respuestas.
Así es como la depresión avanza, domina, invade, asusta, anega.
Por momentos la develamos, mayormente la ocultamos. Es una vergüenza, un oprobio, un malestar insoportable. La lepra del siglo XXI. Disfuncional para toda sociedad productivista y de consumo. Atendamos a los que se bajan del tren, sin detenerlo.
Todas hablan del síntoma, sus trastornos y sus curas. Algunos incluso van más allá y prometen sanaciones varias o alivios circunstanciales.
Sin embargo, poco hablamos de su fantastica capacidad de interpelación del alma humana. Poco nos interesa su componente ontológico-existencial. Apreciamos más su dualismo causa-efecto o síntoma-cura, que su valor como inapreciable herramienta para comprender las paradojas de nuestra humana condición.
La depresión analizada y tratada sólo como una enfermedad anula, uno de sus componentes más fascinantes que es ser una excepcional oportunidad para enfrentar los múltiples y equívocos sentidos de nuestra existencia. El paraqué, el porqué, los como y los conquién de nuestro cotidiano deambular por los caminos de la vida.
Desde ya no trato de relativizar sus intensos dolores, su malestar extremo ni sus más dramáticas consecuencias como la internación o el suicidio.
No hablo por boca de ganso, la he sufrido. He padecido ese dolor único, irrepetible, asfixiante, agobiante y paralizante. La vida se desestructura, el mundo de alrededor pierde sentido, las fuerzas se debilitan, la vida se apaga, el pecho se transforma en un hueco de angustia y desazón. Es la muerte presente y anticipada. Es como una desgaradura atemporal donde todo lo doloroso del pasado y lo temido del futuro se fundieran en un instante.
Desde ya que no critico ni en lo más mínimo las elecciones personales que cada uno pudo o puede adoptar para superar esos trances tan dramáticos.
Lo que me interesa testimoniar es el valor enorme de atravesarla, la maravillosa oportunidad que se nos presenta a quienes padecimos sus efectos y consecuencias.
De ellas rescato el invalorable resurgir de la vitalidad, el gratificante renacer de los afectos, el inconmensurable anhelo por el devenir.
La depresión interpela nuestra propia vida, su esencialidad, su significancia, la errada jerarquización de valores, la matriz eqúivoca del sentido ajeno.
Una vez atravesado el Sinaí, no estoy tan convencido de asociar depresión con el mal; si es evitable o prevenible da lo mismo. Padecerla o simplemente vivirla fue un invalorable don, una experiencia dolorosa, una prueba del destino, más que un insolente castigo divino.
Agradezco haber recorrido sus enigmaticos recorridos, bendigo la oportunidad de resignificar mi existencia, de revalorizar mis afectos y emociones, de reapreciar lo injustamente menospreciado, de disolver estructuras estagnadas que jamás hubieran podido subvertirse de no haberse "deprimido".
Salir de la condición de víctima para pasar a ser protagonista de las disyuntivas que la existencia nos presenta. Dejar la periferia, pero sin ubicarse en el centro nos permite recentrar nuestro lugar en el mundo. O nuestra misión.
Disolver la egolatría, apreciando la alteridad, rejerarquizando valores y prioridades relegados al arcón de nuestros sueños perdidos.
No decir "porque a mi me pasó esto", sino "dar gracias a esto que me pasó".
Agradecer a las personas que te han hecho daño suena ingenuo y hasta reaccionario. Si embargo son "maestros" que la vida te ofrenda para aprender, comprehender, interpretar, valorar y elegir mejor. Descubrir su importancia es una de las consecuencias de tan traumático aprendizaje.
Muchos atraviesan la depresión sin haber aprendido nada de ella, se entregan al alivio momentaneo y optan por seguir sus vidas como si nada hubiera ocurrido. Aunque no lo sepan han vuelto a elegir, optando por retornar a sus vidas pasadas, equívocas, vacías, ausentes de sentido, asfixiantes de egocentrismo.
Salir aprendiendo de la depresión es disfrutar un elixir tonificante, que nos sirve para realizar mejores acciones, valorar más a amigos y afectos, resolver más serenamente las encrucijadas de la existencia, comprender mejor el dolor ajeno, aún el de los más ajenos a la propia vida.
No hay pastilla, ni terapia, ni praxis médica o sicológica que resuelva el sentido de la existencia.
Este es personalísimo, íntimo, profundo y muchas veces enigmático.
Dar testimonio del enorme valor y la grandisoa oportunidad de atravesar el árido desierto de soledad, angustia, desolación, desesperación y abandono que implica la depresión es ayudar a otros que la padecen a desplegar su esperanza y fortalecer su estima.
A dar fe que hay otra vida despues del fin de la propia.
COMENTARIO DESTACADO
Un espacio para rendir homenaje a los que complementan mis reflexiones.
Dr.Krapp dijo...
Una vez más estoy de acuerdo con tus apreciaciones.
En resumen: dichosas segundas oportunidades y la capacidad de salir al sol después de nuestras proverbiales tinieblas.
28 de abril de 2009 7:23
Sé que andan mal las cosas por el momento, que los mexicanos intentan acabar con los argentinos enviándoles “gripe porcina”, que los argentinos mandan para España “dengue autóctono”, que los españoles enviamos la última receta para solucionar la crisis económica, que mas que curar puede llegar a matar de risa. Y ante tanta tribulación aparece el último artículo de jazzmen, perdón, los dos últimos.
Ignoramos la envergadura épica de tantos personajes que San Martín no podría ser diferente y eso que nuestros decimonónicos héroes fueron determinantes en lo que hoy tenemos.
Estaba, hace muchísimos años, estudiando el siglo XIX -la perdida de las colonias- y mi padre, que jamás me dio un consejo, me dijo que posiblemente habría que verlo todo de una forma diferente y me dio un libro “La Guerra de las Comunidades” de Juan José Guaresti (hijo) donde comprendí que la formación de las nacionalidades americanas, de los federalismos, no fue exclusivamente fruto de unos levantamientos, que existía una tradición desde el siglo XVI de enfrentamiento contra el poder real, que esa primera “revolución burguesa” no se desarrollaría en España, pero sí en América.
Pero de todas formas, dónde vamos a llegar, ahora hablando de “masones”, pero… Jazzmen, si vas dar la razón a nuestro viejo dictador, todo esto es un auténtico “contubernio judeo-masónico”.
Queda aplazada cualquier discusión sobre Reverte, siempre me he declarado un auténtico “avinaretista”.
1 de mayo de 2009 2:42