¿Existe la felicidad para la mujer que trabaja?
Roberto Arlt 1
Es fina y delgada. Las espaldas ligeramente cargadas. Los dedos manchados de tinta. Un gabancito azul con vueltas de cuello de marinero. Abajo un sueter.
Empleada de escritorio. Veinticuatro años. Se ha sentado frente a mí. Habla.
- ¿Que reserva la vida para nosotras las empleadas?
Escucho.
- A la siete y media me levanto. Salgo de la oficina a las doce. En media hora almuerzo. Luego, otra media hora. Es en esa media hora en que puedo leer los diarios. Leo lo que usted escribe, a veces.
- Gracias.
- Salgo de la oficina a las siete y media. A las ocho en punto entro a una academia donde voy a estudiar inglés. A las nueve y media entro a mi casa. Ceno. Estoy cansada. Me acuesto.
- ¿Sábado inglés?
- Sí. Sábado. Por la tarde de 5 a 6 lección de inglés. El resto del tiempo, arreglar la ropa. El domingo por la mañana salgo de casa. No vuelvo hasta la noche. Mi viaje más lejano: hasta el Tigre y La Plata. Este año fuí a pasar los ocho días de vacaciones en un islote del Delta. En el islote estábamos yo y la famila en cuya casa dormía. Creía en la soledad. He leído que la soledad permite ordenar nuestros pensamientos, ahondar en el sentido de la vida. Fueron ocho días de desesperación. Es la última vez en mi vida que voy a una isla solitaria. Ahora estoy ahorrando para los próximos ocho días del año que viene, en el mes de enero. Quiero estar cerca del mar. Pero entre la gente. La soledad es un horror.
- ¿Novio?
- Uno. Lo dejé hace una semana.
- ¿Por qué?
- Él no podía respetar determinadas creencias mías. Comprendí que no nos entenderíamos jamás. Terminé fríamente con él.
-¿Gustos?
-Me gusta con locura la música. Toco discretamente el piano. Pero no tengo dinero para ir a los conciertos. No tengo tiempo para ir a los conciertos. No tengo dinero para comprar hermosos discos.
- ¿Sueldo mensual?
- Ciento treinta pesos. Cada vez que una va a echar mano a la cartera piensa: "En casa hace falta esto, aquello, lo otro". Cine. Me gusta enormemente el cine. Las películas que una tiene interés en ver se dan en las salas donde la entrada cuesta de 2 a 3 pesos. Hay que esperar a que esas películas lleguen a los cines del barrio. Pero cuando llegan a los cines del barrio muchas veces los cines están lejos de casa. Otras veces me encuentro cansada. El deseo de ver una película se borra en el aire. ¡Hay que levantarse temprano!
- ¿Deseos de casarse?
- No. No tengo ningún deseo de casarme. Pero tengo un deseo a veces incongruente. Un hogar, hijos. Una felicidad. ¿A qué felicidad me refiero? No sé. Quisiera haber nacido hombre. ¿Por qué no habré nacido hombre?
- Los hombres de esta ciudad tienen los mismos problemas que las mujeres de esta ciudad. Por reflejo comparten sus desdichas e imposibilidades.
- Quisiera ser hombre para lanzarme a cualquier parte. Si estudio inglés quizás lo haga con esa secreta finalidad. Ser libre. La definición en cierto modo no es exacta, porque soy libre. Sí, soy libre. Puedo llegar a mi casa a la hora que quiero. Ni mi madre ni mis hermanas me preguntaran donde he estado ni lo que he hecho. Soy libre. Soy libre en la definición externa. Pero en mi interior no soy libre. Observo el espetáculo de las mujeres en redor mío. Ninguna da señales de una auténtica felicidad. ¿Existe la felicidad?
- A veces, sí.
- ¿Profunda, completa?
- Sí, profunda y completa.
- ¿Es frecuente?
- No. Escasa.
- ¿Ve? Eso es lo que pienso yo. ¿En dónde se encuentran los motivos que nos impiden ser felices? Supongamos que yo estuviera enamorada. Seriamente enamorada. Me equivocaría en las cuentas. A veces, cuando me abandono a mis propios pensamientos, reacciono y me digo: "¡Te vas a equivocar..., y si hay diferencia en caja tendrás que pagarla de tu bolsillo!". Supóngase que estuviera enamorada. Mi tiempo libre para dedicarlo al hombre que quisiera no pasaria de dos horas. De 9:30 de la noche a las 11. A las 11 me tendría que ir a dormir. Es decir, un amor a tiempo fijo. El problema se resolvería casándose. Nunca llegaría a encontrar un hombre que ganara tres veces más de lo que yo gano. A lo sumo podria casarme con un empleado que gana 250 pesos. ¿Qué vida cumpliria yo junto a un hombre que no tiene capacidad para ganar sino ese sueldo? Conozco a muchos de ellos. Tienen ideas hechas, cuando tienen alguna idea. No saben hablar de nada que sea serio o importante. Jamás podría enamorarme de un hombre semejante. De allí que estudie inglés. Un idioma es una posibilidad de independencia. Una puerta abierta a otro mundo.
- ¿Se está constuyendo un mundo a base de voluntad?
- Sí, eso. Pero por momentos comprendo que toda mi voluntad accionando es falsa. Que la vida es otra. Que una no puede tolerar que los años se le escapen de entre los dedos sin dejarle entre ellos una sensación de gran felicidad.
- ¿Tan intensa es esa felicidad?
- No es exclusivamente mia. Es de muchas empleadas. Es decir, de muchas mujeres que trabajan encarnizadamente, y que un día, como yo, se acercan a usted para preguntarle un poco ingenuamente:
- Dígame: ¿existe la felicidad para la mujer que trabaja?
Diario El Mundo
23 de agosto de 1937
Un espacio para rendir homenaje a los que complementan mis reflexiones
Este relato es hipnótico. No sé, lo he leído dos veces y tengo la sensación de que le falta algo. O más bien le sobra demasiado. Es como uno de esos mensajes subcutáneos que parece que profundizan mucho y sin embargo su aparente sencillez hace dudar.
Esta mujer no es infeliz porque trabaja. Es infeliz porque piensa. Es infeliz porque da por hecho que no se cumplirán sus expectativas. Idealiza la libertad, pero sabe certeramente que el precio de alcanzarla es la soledad. Incluso se pone trabas; excusas sobre “la felicidad estándar” y cree que si le dedica tiempo a ésta, le restaría eficiencia.
Toca todas las teclas de la queja: falta de tiempo, falta de dinero, cansancio, exceso de trabajo, compañeros insulsos y pobres como ella... Con esa retahíla como mochila de viaje es imposible ser feliz. Y tranquiliza mucho quedarse con la excusa de que el culpable es el trabajo.
No sé, el secreto de la felicidad es siempre teórico. Como esa frase de ¿Sartre? “La felicidad no es hacer lo que uno quiere, sino querer lo que uno hace...” ¿Quién puede hacer eso? ¿Los resignados, los conformistas, los sabios...?
Me ha gustado leer a este articulista, utiliza un discurso suave -un calificativo que detesto y sin embargo con este autor alcanza otra altura- pero esa suavidad no camufla una intención, tal vez incisiva, de denunciar nuestra apatía. Una apatía histórica y endémica. Actuar es difícil. Actuar bien es casi un milagro. Los apáticos (grandes mayorías) no arreglan pero tampoco estropean. Sufren lo que otros malhacen y ¿gozan? esporádicamente lo que otros bienhacen.
5 de julio de 2009 19:14